El día que el dramático de mi amigo descubrió que se iba a morir


Te cuento la historia de cómo un número le cambió la vida a mi amigo Carlos (y no fue el de la lotería)


Una cosa te voy a decir:

¿Sabes qué tienen en común un faro y tus metas?

Que ambos pueden llevarte directo contra las rocas si los sigues ciegamente.

Y otra cosa también te voy a decir:

Los faros están pensados para que los barcos NO lleguen hasta ellos. Son una referencia, no un destino.

Este correo espero que sirva como respuesta a la(s) pregunta(s) que me hizo una de vosotros.

Pregunta (no tan) atómica 1

[…]

  • Ok, paso de objetivos (si nos oyeran los coaches…), pero ¿qué me dices de tener un “faro”?
  • Me has convencido. El rollo sistemas tiene sentido. Ojo! Para quien lo tiene y le funciona. ¿Qué hacemos el resto de mortales que no encontramos ese sistema que nos expulsará directamente del cielo de los Dioses?
  • Venga, que no son dos, que son tres notas: estas vacaciones me leo “Hábitos atómicos” para salir de dudas.


Pregunta (no tan) atómica 2

Acabo de leer tu email y como veo venir el tema de los objetivos, me lanzo a aclarar lo que te comenté del FARO. No me refería a este concepto entendido como una motivación, sino más bien como una guía. 

Puede que los objetivos no sean la solución, pero tener una guía, algo que nos ilumine el camino para saber por dónde tirar, ¿qué me dices a esto? ¿No crees que faro + sistemas es combinación ganadora? Siempre y cuando encuentres TU sistema y funcione, obvio.




Respuesta corta: sí.

PERO.

Hay que matizar.

Matizar es una forma de educada de decir “Sí, pero no”.

Hoy te voy a contar una historia.

La historia de cómo un número le cambió la vida a mi amigo Carlos.

El día que mi amigo descubrió que era mortal

Crack.

(Así suena cuando tu mundo se rompe)

Mi amigo Carlos estaba sentado en la consulta del médico cuando escuchó EL NÚMERO:

247

No, no era el precio de un criptomoneda.

No era el número de matches en Tinder.

No era ni siquiera su peso (eso viene ahora).

Era su colesterol total.

Y mientras la doctora movía los labios explicando algo sobre “estilo de vida” y “factores de riesgo”, en la cabeza de Carlos solo resonaba el tema principal de Titanic.

(Sí, mi amigo tiene un lado dramático. No le juzguéis, ¿vale? Carlos es muy guay)

“¿Haces ejercicio?”, preguntó la doctora.

Carlos hizo ese gesto universal de “bueno-ya-sabes” mientras balbuceaba algo sobre carreras con su hija en el parque.

(Spoiler: perseguir a una niña de 4 años durante 3 minutos no cuenta como cardio)

“¿Y alimentación?”

Aquí viene la parte donde Carlos intentó convencer a una profesional médica de que comer una ensaladita en cada comida lo convertía prácticamente en vegano.

Entonces llegó LA PREGUNTA:

“¿Cuánto pesas?”

“85 kilos”, respondió Carlos con la misma convicción con la que todos mentiríamos a un policía.

Y yo me imagino a la doctora mirándolo con la misma convicción que yo miro a mis colegas cuando me dicen que “la última vez que bebo. Puta resaca”.

Carlos era ese tipo al que mirabas y sabías que en su juventud había hecho deporte.

En su juventud.

De esos que tienen historias que empiezan con “Cuando yo jugaba al fútbol…” y terminan inevitablemente con “…hasta que me rompí la rodilla”.

(Un minuto de silencio por todas las carreras deportivas amateur truncadas por las rodillas 🙏)

“Te voy a recetar estas pastillas para bajar el colesterol. Te tomas una por la mañana y deberías bajar de peso. Y hacer ejercicio.””

“¿Durante cuánto tiempo la pastilla?”

“De momento hazte a la idea de que para siempre. Y si vemos que el colesterol baja podemos hacer alguna intentona de retirarla, pero ya te digo que lo normal es que te vuelva a subir”

El final de la consulta fue una escena borrosa de recetas, recomendaciones y dos palabras que se repetían en bucle en la cabeza de Carlos:

“Para siempre… para siempre… para siempre…”

“Joder, me voy a morir”

Técnicamente todos nos vamos a morir, pero ya os he dicho que Carlos siempre ha sido bastante dramático

Lo primero que hizo Carlos al salir de la consulta fue mandarle un WhatsApp a su mujer:

“Me acaban de recetar pastillas para el colesterol. Y me han dicho que es para siempre (para siempre, para siempre, para siempre…). ¿Esta noche nos tomamos mis últimos callos? 😅”

A Carlos le FLIPAN los callos y su mecanismo de defensa es el humor.

La respuesta fue un simple “🤦‍♀️”

(A veces un emoji vale más que mil palabras)

Después vino lo que yo llamo “Transición Negación-Aceptación en la era digital”:

Búsqueda en Google de “colesterol alto pero todo lo demás bien exdeportista”.

Lectura compulsiva de foros médicos (“hay gente con números mucho peores”).

Compra impulsiva de tres botes de omega-3 que acabarían olvidados en algún cajón y una docena de danacoles.

Autodiagnóstico de varios tipos de cáncer.

Consejo: NUNCA BUSQUES EN GOOGLE QUÉ ENFERMEDAD TIENES.

Total, que a Carlos le entra el agobio (normal por otra parte si piensas que te estás muriendo). Y hace lo que cualquiera de nuestro grupo habría hecho en su situación: llamar a nuestro amigo Miguel.

Ah… Miguel.

Miguel es ese amigo que todos tenemos y que da muchísima rabia.

Lo quieres porque al fin y al cabo es tu amigo, pero qué rabia da el cabrón.

Es tu amigo el guapo, pero que no se lo tiene creído. Que está fuerte, pero sin estar mazadísimo. Que se le dan bien los deportes y los estudios, y que encima no se pierde una fiesta el tío.

Miguel liga muchísimo.

Miguel da muchísima rabia.

Total, que quedan en el bar de siempre, se piden dos cañas y Carlos le cuenta su historia.

“Mira, tío”. Dice Miguel. “Te voy a decir una cosa que no te va a molar”.

“¡¿Qué?!”.

Carlos, claro, acojonado. Que Miguel es un cabrón. Que el tío, sabiendo que Carlos es un dramas, le suelta un “no te va a molar”.

“Te tienes que hacer a la idea de que te vas a morir”.

(pausa dramática)

Un cabronazo. Ya os digo. Yo me imagino a Carlos más pálido que Iniesta asustado.

(fin de la pausa dramática)

“Como todos”, termina Miguel.

Que es un cabrón, pero sabe hasta donde apretar. Como Dios, que aprieta pero no ahoga. O eso dicen. Aunque según tengo entendido, el Dios del antiguo testamento ahogó a mucha peña con lo del diluvio y tal. Aunque es cierto que apretar, lo que es apretar, no apretó.

Pero estábamos con Carlos. Y con el cabrón de Miguel.

“Mira Carlos. Ahora en serio. Tienes que asumir que desde hoy eres un hombre enfermo. No que estás enfermo, no. Que ERES enfermo”.

Qué bonito el español que diferencia entre ser y estar.

Ojo, que ahora viene lo profundo. Que Miguel es un cabrón, pero también sabe ser muy profundo.

Qué rabia da Miguel, de verdad.

“Y cuanto antes lo asumas, mejor, porque entonces podrás decidir qué tipo de enfermo quieres ser.

Tal y como yo lo veo, tío, tienes dos opciones.

Una es que seas un enfermo crónico que se toma una pastilla todos los días, que está continuamente vigilando lo que come y sufriendo porque tiene que hacer ejercicio que no le gusta.

La otra es que seas un enfermo crónico cuya medicina es hacer deporte 30 minutos al día, que disfruta de la comida sana, porque también puede estar rica y, además, tomarte una pastilla.

La primera opción tiene una ventaja: no tienes que hacer nada. Simplemente sigues con tu vida actual y te tomas la pastilla. Sabes que deberías hacer más ejercicio y comer mejor, pero sigues sin hacerlo y todos los años tras la revisión médica te volverás a decir a ti mismo que tienes que hacer ejercicio y que tienes que comer mejor. Pero seguirás sin hacerlo porque es lo que llevas haciendo los últimos quince años. Vivirás con un riesgo cardiovascular alto y podrás, o no, morirte de un ataque al corazón. Tus probabilidades dependerán de cómo de bien te sienten las pastillas.

Pero lo que te digo: la ventaja es que no tienes que hacer nada. Esto ya lo tienes.

La segunda opción tiene una desventaja: tienes que cambiar tu forma de verte a ti mismo y de ver el mundo.”

Qué bueno es el cabrón de Miguel.

Carlos se quedó mirando su cerveza como si fuera un problema de matemáticas avanzadas.

“¿Y eso qué coño significa, Miguel? Que pareces el puto Paulo Coelho. ¿Has sacado esa frase de una taza?”

Carlos odia las tazas con mensajes motivadores.

Ya os he dicho que Carlos es guay.

Miguel sonrió. Esa sonrisa que pone cuando sabe que tiene toda la razón. Que da rabia, pero tiene razón.

“Significa que ahora mismo te ves como un tío normal al que le han jodido la vida mandándole tomar pastillas y hacer ejercicio. Pero podrías verte como un tío que usa el ejercicio como medicina y que, además, toma pastillas. No es lo mismo decir ‘tengo que hacer ejercicio porque estoy enfermo’ que decir ‘hago ejercicio porque es mi medicina’.”

“¿Y cuál es la diferencia? Al final es hacer ejercicio igual”, protestó Carlos.

“La diferencia es que en el primer caso lo ves como un castigo. En el segundo, como una opción personal. Es ir al gimnasio porque ‘tienes que ir’ versus ir porque ‘es lo que hago’. No es lo mismo decir ‘no puedo comer esto porque estoy enfermo’ que decir ‘elijo no comer esto porque soy un tío que se cuida’.”

Carlos se quedó pensativo. Como cuando te explican algo y sabes que tiene sentido pero te jode admitirlo.

“¿Y lo de ver el mundo diferente?”

“Mira a tu alrededor”, dijo Miguel señalando el bar. “¿Qué ves?”

“Pues… un bar. Gente comiendo. Las cañas. Los callos que me voy a zampar luego…”

“¿Ves? Ahí está. Yo veo opciones. Veo decisiones. Veo gente eligiendo. El mundo no es un lugar que te dice ‘no puedes comer esto’, es un lugar que te ofrece alternativas. No es un mundo de prohibiciones, es un mundo de elecciones.

Puedes elegir comer callos todos los días. Puedes elegir no comer callos nunca. Puedes elegir comer callos en ocasiones especiales”

“Joder, Miguel, que es un bar de toda la vida, no el puto Matrix.”

“Es que ES Matrix, tío. Es elegir entre ver la pastilla azul como una condena o la roja como una oportunidad. Es decidir si quieres ser el tipo que dice ‘no puedo’ o el que dice ‘elijo’.”

(Sí, Miguel es el tipo de persona que usa referencias de Matrix en 2024. Por eso le queremos)

“¿Y tú cómo lo haces?”, preguntó Carlos.

Miguel dio un sorbo a su cerveza. Sin alcohol, por cierto. Que ya os he dicho que Miguel da mucha rabia.

“Mira, yo de momento no estoy enfermo”, dijo Miguel dando un sorbo a su cerveza sin alcohol. “Pero no es solo por haber tenido suerte, que la he tenido. Es también porque hace diez años decidí que no quería ser una persona medicada de por vida si podía evitarlo. Que quería ser el tipo de persona que se cuida.”

Carlos levantó la vista de su cerveza (con alcohol, obviamente).

“O sea, que tú ya eras así de insufrible antes de que fuera necesario”, dijo Carlos.

Miguel sonrió. “Yo soy el tipo de tío que va al gimnasio aunque no tiene que adelgazar, que come bien aunque no tiene el colesterol alto, y que se cuida aunque no está enfermo. Y no lo hago porque tenga que hacerlo. Lo hago porque es quien soy.”

“A ver, tío”, continuó Miguel. “¿Tú por qué vas a buscar a Julia al cole?”

“¿Cómo que por qué? Porque soy su padre”, respondió Carlos como si fuera la pregunta más tonta del mundo.

“Exacto. No vas porque ‘tengas que ir’. Vas porque eres su padre. No te levantas por la mañana pensando ‘joder, tengo que ir a buscar a la niña’. Vas porque es lo que hace un padre.”

Carlos asintió, empezando a ver por dónde iba Miguel.

“Y cuando Julia te pide que le leas por decimoquinta vez seguida el mismo cuento, ¿por qué lo haces?”

“Pues porque soy su padre”, admitió Carlos sabiendo que acababa de perder la partida.

“¿Ves? No lo haces porque ‘tengas que hacerlo’. Lo haces porque es lo que eres. Es lo mismo con cuidarse, tío. No se trata de TENER QUE hacer ejercicio o TENER QUE comer bien. Se trata de SER el tipo de persona que hace ejercicio y come bien.”

Carlos se quedó mirando su cerveza, procesando.

“Qué hijo puta eres”, dijo Carlos sonriendo. No era un insulto.

“Mira tío”, dijo Miguel terminando su cerveza sin alcohol, “ahora elige qué tipo de enfermo vas a ser. Y empieza a comportarte como tal.”

Carlos miró su cerveza. Luego miró a Miguel.

“¿Sabes qué? Que me jode muchísimo cuando tienes razón.”

“Lo sé”, sonrió Miguel. “Por eso doy tanta rabia.”

Y le pidió al camarero otra cerveza.

Esta vez con alcohol.


Obviamente, Carlos eligió la vía de hacer deporte y cuidarse (no sin antes pedirse unos callos).

Porque si no, dime tú a santo de qué iba yo a contarte su historia.

Han pasado un par de años desde entonces. Carlos ha bajado de peso. Se encuentra mucho mejor. Tanto que en la próxima revisión van a probar a quitarle las pastillas para ver qué tal.

Pero eso no es lo importante de esta historia

Lo verdaderamente importante de esta historia es que Carlos no se propuso bajar de peso.

No se propuso mejorar sus números.

No se propuso quitarse las pastillas.

Carlos decidió cambiar quién era.

Y esa es la clave de todo: decidió cambiar su identidad de “persona normal” a “persona enferma que se preocupa de su salud”. Y esto hizo que cambiase su comportamiento y, por lo tanto, sus resultados.

Y no al revés.

Y si lo piensas es hasta obvio. Si no cambiamos lo que hacemos, ¿por qué esperamos resultados diferentes? Y si no cambiamos nuestra visión del mundo, ¿por qué vamos a cambiar lo que hacemos?

Nuestro objetivo debería ser convertirnos en la persona que queremos ser.

Esa imagen es la que debería servirnos de faro.

Todo lo demás viene después. Con trabajo, eso sí. Que esto no va de mensajes en tazas, ya lo sabes. Para cambiar hay que trabajar. Pero hay que trabajar con sentido y partiendo desde el sitio correcto.

Necesitamos saber quién queremos ser.

Necesitamos comportarnos como la persona en la que nos queremos convertir.

Y solo entonces obtendremos unos resultados que seremos capaces de mantener en el tiempo.

En definitiva, si nos comportamos como el puto Miguel, nos terminaremos pareciendo al puto Miguel.

Qué rabia da Miguel.

Pero qué bueno es el cabrón.

Un abrazo, el notas Atómico ⚛️.

La motivación inicia un hábito. La identidad lo mantiene.

La motivación es capaz de hacer que, durante un tiempo, ordenes tu habitación, hagas ejercicio, o te alimentes bien. Pero la identidad es la que permitirá que, una vez alcanzada esa meta, continues ordenando la habitación, haciendo ejercicio o escribiendo regularmente.

Esto es así porque la motivación termina desapareciendo. Y sólo si has conseguido incorporar esos hábitos a tu identidad, podrás mantenerlos. Los harás porque es lo que eres. Es lo que haces.

Solo cambiando nuestra identidad, podremos obtener cambios que perduren en el tiempo.

Fuentes

Hábitos atómicos - James Clear

Detrás de cada sistema de acciones hay un sistema de creencias.

La conducta que no es congruente con el yo no será durarera.

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Aunque mi recomendación es que dediques tu tiempo a leer cosas de verdad.

Lo digo en serio.