Una cosa te voy a decir: hoy vamos a romper cosas.
Y otra cosa te voy a decir: si te acabas de suscribir hace poco, la última postdata de este correo puede que te interese.
O no.
Comenzamos.
Imagina que te dan una misión: convertir la mejor orquesta del mundo en la peor. ¿Cómo lo harías?
Tómate un momento para pensarlo…
…
¿Ya?
Vale, seguro que has pensado en algunas de estas ideas:
Sustituir a los músicos profesionales por principiantes. O mejor aún: por monos.
Echar al director y poner a dirigir a un orangután con una batuta (más monos).
Darle a cada músico una partitura diferente (ahora con más regetón).
Meter a cada músico en una cabina insonorizada para que no puedan escucharse entre sí.
O taparles los ojos para que no vean al director.
O ambas.
O todas las anteriores al mismo tiempo.
…
No está mal. Cualquiera de estas ideas funcionaría… mejor o peor, pero funcionarían.
Ahora que has dedicado unos segundos (en el mejor de los casos) a pensar en esto, permíteme decirte que está todo inventado y que esto ya se ha hecho.
Te cuento cómo.
La peor orquesta del mundo
Portsmouth, Inglaterra. 1970.
Un grupo de estudiantes de arte decide crear la peor orquesta sinfónica del mundo.
Y lo hacen con tres reglas brillantemente simples (porque la simplicidad tiende a ser brillante casi siempre):
1️⃣ Si NO SABES tocar un instrumento estás dentro.
2️⃣ Si sabes tocar un instrumento, estás dentro… siempre y cuando no toques ése y toques cualquier otro que NO DOMINES.
3️⃣ Tienes que tocar lo MEJOR que puedas.
Acaba de nacer la Portsmouth Sinfonia: la peor orquesta del mundo.
Y el resultado fue… curioso.
Aquí tienes esta versión de Así habló Zaratustra que te evocará monos borrachos abrazados a un monolito.
Y aquí puedes gozarla con su versión de El Danubio Azul, que suena a como si tú y tus colegas, tras una noche de fiesta en Rumanía, os embarcarais en un crucero a lo largo del Danubio y cuyo patrón fuera Vaesceslav, un marinero moldavo borracho al que casualmente conocisteis anoche en un garito de mala muerte a las afueras de Galati y al que apodasteis Wenceslao.
Buenas risas os echasteis con Wenceslao.
Fue una noche de las que hacen historia.
O eso dicen las fotos de vuestros móviles, porque en vuestras cabezas la noche se fundió a negro tras el tercer chupito seguido de Jaggermaister.
Y ahora vais a bordo de un crucero dando tumbos por cubierta intentando vomitar en el río de la forma menos indigna posible.
Y Wenceslao no parece que esté ayudando mucho.
Puto Wenceslao.
Pero OJITO CUIDAO, que la orquesta fue un éxito rotundo.
Grabaron discos que la gente compraba.
“¿En serio?”
“En serio, tía.”
Llenaron auditorios.
“Me meo, tía.”
“Y yo, tía.”
Incluso llegaron a tocar en el Royal Albert Hall
“O sea, es que flipo mazo, tía.”
“Yo también, tía.”
“O sea, es que es como lo del Chiquilicuatre en eurovisión, ¿no, tía?”
“Un poco sí… ¿no, tía?.”
La magia está en el propio sistema
Antes de que pienses que esto es solo otra anécdota divertida, permíteme explicarte por qué esta historia es una clase magistral sobre cómo transformar sistemas.
Cuando queremos cambiar un sistema (sea una orquesta, una empresa o una sociedad entera), tenemos tres niveles de intervención:
1. Cambiar los elementos
Es lo más obvio: cambiar músicos, instrumentos, partituras…
Pero también es lo que menos impacto tiene.
Es como cambiar las piezas de un coche: si le pones unos LEDs azules a tu Seat Ibiza del 98, seguirá siendo el mismo Seat Ibiza, aunque ahora parezca el camerino de un club de striptease.
Tú mismo, desde que naciste, has cambiado prácticamente todas las células de tu cuerpo varias veces y, sin en cambio, sigues teniendo la misma querencia a la procrastinación que hace quince años. Vamos, que eres como el barco de Teseo pero sin los +4 puntos de carisma que te aporta ser parte de una paradoja filosófica.
El coche y tu cuerpo estarán mejor o peor (PEOR) que antes, pero seguirán siendo un coche y tu cuerpo.
2. Cambiar las conexiones
Esto es más profundo. Si modificas cómo interactúan los elementos entre sí, lo que estás haciendo es cambiar las reglas del juego. Y esto ya es otra historia.
Si a un avión le inviertes las alas, no despegará en la vida, pero tendrá un agarre cojonudo en curvas rápidas. Es básicamente lo que hacen en la F1, aunque tú lo que realmente quieres es que inviertan las normas de los aviones comerciales y poder fumar dentro mientras te sirven alcohol gratis, como en los 80. Pero no, ahora te cobran hasta por respirar y encima te dan un sándwich que parece cartón prensado con sabor a tristeza mientras te venden lotería.
O imagina Twitter (soy de los que siguen llamando twitter a twitter), pero con UNA regla cambiada: en lugar de un máximo de 280 caracteres, tienes un MÍNIMO de 280 palabras.
De repente el hater que antes ponía “Pedazo de basura con patas” ahora tiene que elaborar una tesis doctoral sobre tu estupidez, el conspiranoico necesita DESARROLLAR sus teorías conspirativas (lo cual, irónicamente, las hace más fáciles de desmontar) y los políticos no pueden hacer populismo en una frase y tienen que ARGUMENTAR. Total, que se vacía de haters, conspiranoicos y políticos.
3. Cambiar el propósito
Este es el nivel más profundo y poderoso: redefinir la función del sistema.
Y aquí es donde la Portsmouth Sinfonia lo borda.
Porque, ¿sabes qué? No son realmente la peor orquesta del mundo.
Simplemente son una orquesta con un propósito completamente diferente.
Piénsalo así:
En una orquesta tradicional:
Desafinar = ERROR
Público riendo = FALTA DE RESPETO
En la Portsmouth Sinfonia:
Tocar perfectamente = BUUUUUUUUUHHHHH
Público riendo = OLE!
No cambiaron sólo los músicos o los instrumentos. Ni siquiera cambiaron (sólo) las reglas del juego.
Cambiaron la definición de qué significa “éxito”.
Su propósito no era la excelencia musical, sino cuestionar nuestras nociones sobre la música y el arte y hacerlo con humor.
Además, fíjate en un detalle más: el propósito de los músicos no era tocar mal. Eso habría sido la forma fácil de hacer las cosas. El propósito de los músicos era tocar lo mejor que pudieran, como en una orquesta “normal”.
Elegante.
Y en esto consiste la nota atómica de hoy.
Si quieres transformar un sistema, recuerda esta jerarquía:
PROPÓSITO > CONEXIONES > ELEMENTOS
Cambiar los elementos es fácil pero superficial.
Cambiar las conexiones es potente pero complejo.
Cambiar el propósito es magia.
Corolario
Hasta aquí todo muy bonito, ¿no? PROPÓSITO > CONEXIONES > ELEMENTOS y ya está.
Pero hay una excepción que tenemos que tener MUY en cuenta:
Puedes cambiar un elemento que tenga el poder de modificar las conexiones o incluso el propósito del sistema… y ahí la cosa cambia radicalmente.
Piénsalo:
Si cambias a un violista por otro no va a afectar en nada seguramente. La orquesta seguirá siendo una orquesta.
Pero si pones de director a tu primo pequeño el de Tik Tok, el que adora el reguetón, de pronto tienes a media filarmónica perreando con los violines y a la otra media haciendo drops con los contrabajos.
Si despides al becario de contabilidad y contratas a otro becario, pues todo sigue igual: los excels con macros chungas, los cafés de máquina, y la esperanza de que llegue el viernes.
Pero cambia el CEO por tu primo el mediano, el que se ha hecho famoso en TikTok enseñando sus abdominales y dando charlas sobre cómo no ser un fucking mileurista, y de pronto en la empresa todo el mundo irá con gorra y camisetas sin mangas y dirán cosas como “oye bro” y más que una empresa parecerá que lo que tienes es un clon barato de la Isla de las Tentaciones.
Cambiar un militante no altera un partido. Es como cambiar una neurona muerta por otra neurona muerta.
Pero cambiar al secretario general puede desatar guerras civiles internas que ni la Marvel, HOYGAN.
Está claro: cuando un elemento tiene el poder de redefinir las conexiones o el propósito del sistema, su incidencia potencial puede ser tan profunda como cambiar el propósito mismo.
Es como si algunos elementos fueran “llaves maestras” del sistema: pueden abrir y modificar todos los niveles superiores.
Cuando no puedas cambiar el propósito…
Vale, la Portsmouth Sinfonia pudo ir al nivel más profundo y cambiar su propósito. Qué suerte tienen algunos, ¿eh?
Pero seamos realistas: a veces estás en situaciones donde el propósito viene IMPUESTO y no hay forma de cambiarlo.
…cambia las conexiones…
En una familia (funcional), el propósito seguramente no necesite cambiar. Lo que igual sí queremos transformar es cómo nos relacionamos entre nosotros: más agradecimientos y menos reproches, cenar sin televisión para conversar más, irnos todos a la misma hora a la cama y así levantarnos a la misma hora para desayunar juntos…
…y si no, cambia los elementos
Si estás siguiendo una dieta, igual puedes cambiar unos ingredientes por otros del mismo tipo. Por ejemplo, puedes cambiar una repugnante coliflor cocida por brócoli crudo en una ensalada, que no será una maravilla pero al menos no te dan ganas de quemarte las papilas gustativas y la pituitaria con amoniaco y agua oxigenada.
Total…
…que a veces solo puedes cambiar las piezas del puzzle…
…otras veces puedes reorganizar cómo encajan…
…y en unas pocas ocasiones, podrás crear un puzzle completamente nuevo.
Lo importante es entender tus limitaciones y maximizar tu impacto dentro de ellas.
Por último, te dejo una cita que le atribuyo falsamente a un amigo mío que es DJ y que espero que te haga reflexionar:
No siempre puedes elegir la música ni para quién pinchar, pero siempre te puede sudar todo la polla y hacer lo que te salga de los cojones.
Un abrazo, el Notas Atómico ⚛️
Para maximizar el impacto del cambio en un sistema Propósito > Conexiones > Elementos.
Si queremos cambiar el comportamiento de un sistema, lo más eficaz es cambiar el propósito.
Si no podemos, lo siguiente más eficaz sería cambiar las conexiones entre sus elementos.
Si no podemos, entonces nos centramos en sus elementos.
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